Akeela era la adorada perra del Dr. Barron H. Lerner y su familia. Durante su vida, la Boxer tuvo su buena dosis de problemas médicos, como adenoma paratiroideo y una rotura de tumor hepático. Para cuando tenía 12 años, desarrolló un tumor cerebral que le causaba convulsiones. También presentó un caso de enfermedad de Cushing’s, una severa anomalía hormonal.
Pese a estas condiciones, Akeela continuó viviendo con su cariñosa familia, y accedía a tomarse todos sus medicamentos. Para septiembre, los síntomas de Akeela se habían hecho mucho peores. Estaba inquieta todo el tiempo, a menudo caminando en círculos. También había dejado de comer y estaba parcialmente ciega. La familia Lerner se vio afrontada con una difícil decisión respecto a su adorada mascota. La familia consideró que lo mejor sería intervenir en la salud de su querida Akeela, en lugar de dejar que la naturaleza siguiera su curso.
Después de un análisis clínico, tanto el veterinario como la familia estuvieron de acuerdo en que Akeela no estaba muy feliz ni sana. Después de tener una junta familiar, la familia Lerner tomó la difícil decisión. Ya que Akeela ya no estaba feliz y alegre como acostumbraba, y estaba claramente sufriendo los síntomas de su enfermedad, iban a tener que dormirla.
La familia hizo los arreglos necesarios para llevar a cabo el procedimiento en su hogar después de despedirse. El veterinario que acudió a su hogar era un especialista de eutanasia a domicilio, y estuvo de acuerdo en que la familia estaba haciendo lo que era mejor para Akeela. Ella recibiría dos inyecciones, una para sedarla, que la adormeció. La segunda detendría su corazón, y con eso su sufrimiento.
El Dr. Lerner se vio muy afectado por la muerte de Akeela y eso lo hizo comenzar a cuestionarse su práctica como médico. Aunque creía que dejar a Akeela ir era lo más humano para ella, él estaba cuestionando la idea de la eutanasia. De acuerdo el juramento hipocrático que los médicos hacen, no pueden otorgar ni sugerir la eutanasia a un paciente que sufre. Esta es una gran diferencia entre los médicos y los veterinarios, ya que la medicina prohíbe el aceleramiento de la muerte, mientras que en la veterinaria es una práctica común.
Tras perder a Akeela, el Dr. Lerner comenzó a pensar en sus pacientes que habían sido enfermos terminales y no tuvieron la opción de ponerle un fin a su sufrimiento de la forma en la que él y su familia habían optado con Akeela. Si la eutanasia era aceptable para las mascotas cuando su dolor era obvio e irreversible, ¿por qué es que negarle la eutanasia a los humanos se considera la opción correcta para los médicos? Esa era la pregunta que el Dr. Lerner se encontró a sí mismo realizándose.
Si un paciente que entiende todas sus opciones pide la eutanasia, entonces sin duda, ¿debería ser más digno de ella que un perro, dado que el sufrimiento del perro es asumido y no definitivo? Ya que el trabajo de un doctor es sanar el cuerpo humano y no dañarlo, incluso si el daño producido por la eutanasia provee un alivio al sufrimiento (mismo que consideramos inaceptable que nuestras mascotas tengan que sobrellevar).